La adolescencia es una etapa complicada. A muchos jóvenes les cuesta madurar, forjar su propio carácter y no dejarse llevar por malas compañías. Los complejos les hacen fácilmente manipulables y caen en las drogas, el alcohol o las bandas latinas. Esto es lo que le ocurrió a Andrés (nombre fictício).
“Mi primera borrachera fue a los 7 años. Mis familiares hacían fiestas en casa y yo tenía acceso al alcohol. Los verdaderos problemas empezaron cuando cumplí los 12 años. Presencié en muchas ocasiones el maltrato de mi padre hacia mi madre y ella se desahogaba tratándonos fatal a mis hermanos y a mí. Cuando se separaron ninguno se preocupó de nosotros. En ese momento me perdí por completo: fumaba marihuana, hachís, bebía mucho alcohol y comencé a meterme en problemas”.
Todos los días estaba involucrado en alguna pelea entre bandas rivales. Los que de verdad le querían temían por su vida. “Estaba completamente perdido. Me encerraba en la habitación, me convertí en una persona violenta y dejé de ir al instituto. Uno de los días que salí de fiesta tenía ganas de venganza porque el día anterior en una pelea me cortaron un trozo de oreja. Había mezclado tantas sustancias y estaba tan desorientado que en el primer puñetazo que me pegaron caí al suelo. Uno de los chicos me clavó una botella de cristal en el cuello y me apuñalaron en el abdomen. ¡Podía haber muerto!”
Fuera de control
El vicio era tan grande que cada vez necesitaba más dinero para consumir así que no dudó en robar. ¿La consecuencia? Estuvo 1 año y medio en una cárcel de menores, le pusieron 3 medidas de libertad vigilada y tuvo que acudir a un programa de rehabilitación para personas alcohólicas. “Aunque lo intentaba solo conseguía estar dos semanas sin consumir. No tenía control sobre mí mismo”, relata Andrés.
Su hermana huía de Andrés: “Era insoportable vivir con él porque era muy agresivo, gritaba mucho y en alguna discusión que tuvimos me dio mucho miedo porque no sabía cómo podía reaccionar”.
El apoyo de su madre
Afortunadamente en esa época tan difícil la madre de Andrés conoció el Centro de Ayuda y le habló de las reuniones. “Empecé a acudir a las reuniones y a obedecer todos los consejos que me dieron. Poco a poco me convertí en una persona más tranquila y algo más tarde dejé de consumir definitivamente. Es más, el olor del alcohol o de las drogas me producía nauseas”.
Todos aquellos que presenciaron los años más conflictivos de Andrés se sorprendieron con el cambio que había dado su vida. “Ahora afronto los problemas con autocontrol, sin desesperarme porque sé que lograré solucionar cualquier dificultad a la que me enfrente. Además, soy una persona pacífica, sociable y feliz”.